YOGA Y YO
En uno de sus muchos cuentos, Nasrudín camina hacia el mercado con una sandía debajo de cada brazo. Al cabo de un rato ve a alguien que camina delante de él con una sandía debajo de cada brazo. Por Alá, dice, si ese no soy yo, no sé quién más puede ser. Acelera el paso para ver si logra alcanzar a esa persona, pero ésta también acelera. Así que, al poco, desiste. Bah, se dice, en el fondo, para qué quiero alcanzarme.
En una de sus posibles traducciones, la palabra Yoga significa yugo, unión; unión de los distintos aspectos que constituyen a la persona, es decir, el físico, el psíquico y el espiritual. Podemos entender, pues, que el yoga persigue la unión con o de eso que llamamos uno mismo, de manera que podamos encontrar o comprender nuestra verdadera identidad.
Lo que quiero considerar aquí es si lo que nos interesa es encontrar el yo, ese yo o, por otro lado, disolverlo. Puesto ¿qué es ese uno mismo que buscamos sino una costumbre, un hábito o, mejor, un constructo?
A ese yo, a ese uno mismo se le llama también alma. Aquello que nos individualiza, que nos separa y enajena de todo lo demás. Y que es permanente. Precisamente lo que se busca es una permanencia de la identidad.
Pero podemos entender el término unión de una manera distinta. Si yoga significa unión, entonces podemos entenderlo no como separación, ni aislamiento del yo con respecto a lo demás, a lo otro (el mundo, los demás). Es decir, no individualización, ni identificación, sino más bien precisamente lo contrario.
Por ejemplo, ¿qué es lo que buscamos cuando practicamos la respiración ujjayi? ¿Qué, cuándo queremos alcanzar pratyahara? Precisamente podemos decir que en esos momentos lo que se persigue es suspender la atención a todo, de modo que nos hagamos uno con el todo que nos rodea, borrar las fronteras entre el adentro y el afuera.
Uno de los objetivos del yoga -si es que el yoga tiene algún objetivo, si el yoga no es algo desinteresado, una práctica que se desarrolla por sí misma- es Dhyana, que podemos entender como contemplación, o como estar despierto (de verdad). Se suele entender como un intento de dejar de pensar (una búsqueda de la no mediación del pensamiento, de suprimir todos los filtros con los que nos enfrentamos al mundo: personales, culturales, históricos). Es decir, una aceptación de la realidad, de aquello que es, tal como es. Supuestamente, si se consigue alcanzar esa meta, desaperece la dualidad, la diferenciación entre el yo y el mundo (lo otro que no soy yo). Es un deseo de abismarse, de asomarse al abismo.
¿Por qué esa urgencia -occidental- en encontrar nuestro propio yo cuando lo que buscamos al practicar yoga es otra cosa, quizá precisamente lo contrario? Precisamente liberarnos de la tiranía del yo (puesto que para qué perseguirnos, como concluye Nasrudín).
Podríamos decir que detrás de la búsqueda del yo (alma, espíritu o como se quiera) no hay sino un deseo -vanidoso- de perpetuarse, de significarse. Pero también miedo a perder las certezas que nos sostienen, que nos protegen en la cotidianidad. ¿Pero qué es eso que pretendemos perpetuar? Si nos comparamos con el universo, eso pequeñito que somos se antoja ridículo, y supone una cura de humildad.
Es preferible, por tanto, aceptar que somos pequeños y perseguir la libertad de la desaparición, de la disolución en el todo, en la nada, eso que somos.
Salva F. Romero (un paseante pensativo)
Jimena de la Frontera, octubre de 2017