Mi primer acercamiento al Yoga fue de muy pequeña y gracias a mi abuela, ella practicaba Yoga en «El Sendero», un centro de Yoga que estaba en pleno corazón porteño. Recuerdo que ese lugar me parecía mágico, todas las personas iban vestidas de blanco, y había una gran fuente de agua en la entrada, era un lugar de paz, un espacio diferente…
Jugaba imitando a mi abuela en Sarvangasana, como cualquier niña, aprendía por imitación. La figura de mi abuela siempre ha sido fuerte y representativa, su independencia y determinación, sumadas a la fe y devoción que me transmitió mi madre, han hecho de mi gran parte de lo que soy ahora.
Cada vez que me preguntan porqué me he hecho profesora de Yoga, pienso en una serie de acontecimientos que me fueron llevando, a pesar de ser una disciplina que ha estado presente en diferentes etapas de mi vida, no siempre la había practicado con regularidad.
Cuando estudiaba expresión corporal y danza, asistía a clases de Yoga para complementar mi práctica. Todo el día de un lado a otro en Buenos Aires, que es una ciudad muy grande, saltando de clase en clase, entre un autobús y otro, o en la bici, para por fin llegar a clase de Yoga y olvidarme de todo…
Decidí realizar el profesorado de Yoga, gracias a una suerte de pequeñas causalidades. Estaba preparándome para entrar en danza teatro en la universidad de las artes; una gran amiga, llevaba insistiéndome dos o tres años para que me presente… El examen de contemporáneo fue muy bien, todo iba de maravilla, hasta que llegó la prueba de clásico: ese año, habían decidido exigir un nivel más alto en ballet para acceder a la carrera (unificando las pruebas), y aunque había estado preparándome con fervor, el día de la prueba me sentí ridícula y sabía que no iba a pasarla, igual la hice, y creo que hasta me reí un poco de mi incapacidad de seguir el ritmo a un montón de bailarinas perfectamente peinadas y que se movían como gacelas… yo era más punk… pelo rojo y uñas azules… mis mallas eran negras por supuesto, y no tenía maillot sino un short deportivo y una camiseta rotosa… en fin… podrán imaginar el espectáculo, parecía Chaplin haciendo payasadas con estilo!
Recuerdo volver a casa muy decepcionada, y sin saber qué hacer…. pero el lunes siguiente, me apunté a clases de Yoga, y comencé a ir todos los días. Ese fervor que había desplegado en mis clases de danza, estaban puestos ahora en la práctica de Yoga…Era una práctica muy física, casi acrobática, y de hecho la profesora me había enseñado algo de acrobacia algunos años atrás…, de repente, me metí de lleno en este mundo que me parecía fascinante, y como valor agregado, estaba más serena, más centrada… el cuerpo me iba pidiendo naturalmente que abandonara ciertos hábitos como dejar de fumar… me convertí, como la mayoría de l@s nuev@s practicantes, en una obsesa… todo era el Yoga, dejé de escuchar a Spinetta para escuchar Ravi Shankar, y ya no me apetecía beber alcohol… mis amig@s estaban alucinando un poco, y ni hablar de mi pareja de esa época, que estaba más cerca de Dostoyesvski que de Sri Aurobindo…
Ya había entrado en el camino del Yoga, no había vuelta atrás: ¡¡¡¡qué maravillla!!!!
Ahora… casi 20 años después de estos «afortunados acontecimientos fortuitos», me siento feliz de haber tenido que pasar por todas estas experiencias, y muchas más que han sucedido… pero para qué aburrirnos…
El Yoga, ha sido y será mi fuente de inspiración, el regalo más maravilloso que me ha dado la vida, y estoy muy feliz de poder compartirlo.
Entonces me reafirmaré en el título de estas cavilaciones… no le des la espalda a tu dharma. Siempre terminará encontrándote, no te distraigas…podrás sentir la bendición de darle al mundo y a ti mism@ aquello por lo que has venido…
Lula M. Cairo
Profesora de Yoga, creadora de Espacio SeYoga