ANGUSTIA
Si miras fijamente al abismo, el abismo terminará por mirar dentro de ti.
Nietzsche
Soñé que estaba en un huerto de naranjos o de olivos. De repente, los árboles empezaban a pudrirse, a desmoronarse y hundirse en grandes agujeros. Yo me acercaba, miraba, y eran insondables. Más allá de interpretar el sueño, quisiera hablar de esa sensación de desfondamiento, de abismamiento, que a veces me atrapa. Es como andar en la cuerda floja. Y un miedo enorme te amenaza.
¿Habéis tenido alguna vez un ataque de ansiedad? Es un dolor intenso en el pecho que no te deja respirar. Una angustia que no se sabe de dónde viene, que te ataca por sorpresa, a traición, y te atenaza. ¿Lo habéis sentido físicamente, corpóreamente? ¿De la manera más vívida posible pero, no obstante, aterrados por su irrealidad? En esos momentos no hay nada a lo que aferrarse. Tan sólo existe un vacío inmenso, un dolor misterioso, que no tiene origen y por eso da más miedo, infinito, que te agarra por sorpresa, desprevenido, como un rayo que te atraviesa de arriba abajo.
A veces me falta el aire. A veces pienso en la muerte como un descanso. A veces me siento morir de un modo doloroso y al mismo tiempo siento la muerte como el único respiro. ¿A qué se debe ese dolor tan profundo? En mi caso, creo que se debe a la falta de toda respuesta, a la incertidumbre ante el futuro, a la certeza de mi incompetencia ante la vida, a la comprobación de mi fracaso como ser humano. Y es que no sé quién soy.
El hombre es un abismo. Y asomarse a ese abismo es quizá la aventura más fascinante, más horrorosa y horripilante que podamos afrontar. Hablar así, en estos tiempos, cuando tantas personas sufren de modo verdadero, me parece vanidoso, narcisista, irreal. Y sin embargo no puedo evitarlo. La vida carece de sentido. Hemos perdido toda referencia, toda certidumbre acerca de las cuestiones más profundas (científicas, religiosas, políticas…) y vivimos en la soledad más asombrosa. De vez en cuando me gustaría tener alguna fe, aunque sólo fuera pequeñita, en la que esconderme algún momento. Sin embargo, como decía Sócrates, contemporáneo de Buda y Lao Tse, una vida sin examen no merece la pena de ser vivida. Es preciso asomarse a ese dolor de la propia existencia que no sabemos de dónde viene.
Últimamente no me reconozco (quiero decir desde hace treinta años). Me falta un lugar desde el que observarme, desde el que empezar a construirme. Yo sé quién soy, dice Don Quijote. Sólo el loco más loco se reconoce. Quizá para conocerse haya que estar loco. Quizá no sea posible escapar de la locura.
EUFORIA
Es preciso tener un caos dentro de sí para dar a luz una estrella
Nietzsche
No es sólo la angustia, otras veces la primavera me brota de dentro. Una fuerza que surge de lo más hondo, como el loto que nace del fango más profundo. Y es también doloroso, se me cierra la garganta y no puedo ni hablar. Es un viento que me lleva libre, que me arrastra. Y estoy como fuera de mi.
Igual que la angustia viene sin avisar, la alegría procede del interior de mi cuerpo. E igual es una emoción que te taladra y te paraliza en un torbellino. En esos momentos sólo puedo salir a caminar, a cantar y a llorar de puro eufórico.
No lo comprendo, no puedo explicarlo. Y sólo cabe abandonarse. Mi yo estalla, se dispersa, explota como una supernova. Y me olvido del error que es haber nacido.
KARMA
Y ser tan sólo amor, mientras me queden fuerzas
Pablo del Águila
Pero es necesario alcanzar un equilibrio y aprender a vivir cada día. Por eso me gusta practicar el yoga de la vida cotidiana. Cada mañana, al levantarme, me acuerdo de la frase de Thich Nhat Hahn: drink your tea, que tiene la fuerza de un koan. Después recojo la cocina, cocino, limpio un poco y me siento a meditar un rato.
No soy creyente, por lo tanto no puedo creer en ofrecer mis acciones a ninguna divinidad, a ninguna entidad trascendente, pero sí a los demás y a mí mismo. Y eso pretendo.
El Karma Yoga es el yoga de la acción, y en mi opinión consiste en un compromiso íntimo con las propias acciones. Se basa en una actitud correcta, una motivación correcta, en no apegarse a los resultados, en ser disciplinado. Es un compromiso con la vida cotidiana. Es decir, un implicarse íntimamente en lo que hacemos, ya sea fregar los platos, hacer el amor o emborracharse. Si se consigue, aunque no lo persiga, uno es feliz o, al menos, no se avergüenza de uno mismo.
Es preciso escapar de las pasiones que paralizan, pues es la única manera de alcanzar el equilibrio y la alegría. Por lo tanto, hay que hacer sin esperar ningún resultado. Desvincularse, desapegarse de los frutos de las propias acciones, que es la auténtica libertad, que procede del conocimiento. No soy dueño de las consecuencias de mis actos, así que me concentro en la acción por sí misma.
El mundo no tiene esencia, no sabemos qué es. Por eso no se puede predecir el futuro, sino concentrarse en el presente, en la pura cotidianidad. Comprender para no afligirse. Ser limpio y austero, implicarse en la amistad y las cosas sencillas. Y, como dice Pablo del Águila, ser tan sólo amor, mientras me queden fuerzas.
Salva F. Romero (un paseante pensativo)
Sevilla, enero de 2018