Notas sobre la pereza
No existe pasión más poderosa que la pasión de la pereza. Samuel Beckett
Hoy no me levanto. Me quedo en pijama y me eternizo en el desayuno y en el cuarto de baño. Hoy practico el absentismo contra la urgencia cotidiana.
La pereza (o acedia) es uno de los siete pecados capitales. Quizá eso la haga más atractiva. Pero, ¿ a quién ofendo entregándome a ella?
También es un pecado social. Recuerdo a mi madre tratando de inculcarnos, a mis hermanos y a mí, una especie de moral calvinista del trabajo. Incluso durante las vacaciones había que mantenerse ocupado. Y, sin embargo, pienso que refugiarse en la pereza es un intento de regresar a la infancia, al juego sencillo e inocente que no persigue ningún objetivo.
A veces se confunde la pereza con una enfermedad, ya sea astenia o depresión, directamente. Pero hay una gran diferencia entre no querer hacer nada y no poder hacerlo. La persona deprimida vive en un estado de anulación de sí mismo, en una negación de la fuerza de existir; sin embargo hay en la pereza cierta rebeldía que es una afirmación de la vida, pues todo lo vivo tiende a perpetuarse.
Preferiría no hacerlo. Bartleby
Nuestros parientes animales más cercanos (chimpancés y gorilas) dedican la mayor parte del día a holgazanear. También los hombres prehistóricos consagraban la mayor parte de su tiempo a no hacer nada, o a no hacer nada productivo, pudiendo dedicarse a pintar, contar historias, u otras actividades inútiles. Es curioso y significativo que la aparición de la esclavitud del trabajo coincida, en el Neolítico, con el surgimiento del monoteísmo y la monogamia.
En los momentos de pereza, de inactividad, es paradójicamente cuando más creativos somos, cuando surgen las mejores ideas.
Hoy me dedico a silbar, a caminar con las manos en los bolsillos y a dejar que el sol me caliente los huesos.
Hoy soy un olímpico. Y me tumbo desganado, esperando al Ganímedes que llene mi copa. O me siento en la playa simplemente contando el tiempo con el sonido de las olas.
Hoy enciendo la chimenea y me concentro en mirar el juego de las llamas.
Y, sin embargo, me entra una especie de prisa, pues nunca hay tiempo suficiente para hacer toda la nada que quiero.
Entregarse a la pereza es algo así como estar en una sala de espera. No puede hacerse nada, pero tampoco hay por qué hacer nada.
Muchas personas confunden la pereza con el aburrimiento. Pero cuando estamos aburridos sufrimos el peso del tiempo, mientras que, dedicados a la pereza, disfrutamos de la velocidad del tiempo.
Hay una especie de rebeldía en la pereza, ya que la ociosidad elegida se enfrenta naturalmente a la forzada laboriosidad de la vida contemporánea.
Resulta difícil compartir la pereza. No siempre tenemos a mano compañeros apropiados para entregarse juntos, en dulce compañía, al placer de no hacer nada. Habría que resucitar el ágape, el simposio. Habría que volver a aprender a cultivar la amistad de la pereza o, de otro modo, la pereza de la amistad.
Miro cómo progresa la luz que entra por la ventana. Poco a poco se va acercando al lugar donde estoy sentado. Otro reloj.
En mi hambre mando yo.
El camino hacia la felicidad y la prosperidad pasa por una reducción organizada del trabajo. Bertrand Russell
Habría que conseguir la justicia en el reparto del ocio. Deber del trabajo, herencia del feudalismo, incluso del esclavismo. División en clases.
Me consagro a la nada más absoluta.
Un Diógenes del siglo XXI.
Pero es necesaria una disciplina de la pereza ya que no es difícil dejarse vencer por la tentación de la actividad fútil.
Me gusta vincular el yoga con la pereza. Me esfuerzo en mantenerme firme en la quietud. Así, busco aprovechar la pereza para mantenerme en mi asana. Así parece que mi práctica es más pura.
Siento una especie de paz. Y no hago nada. Y no pienso nada. Y me siento un verdadero boddhisatva.
Seamos perezosos en todo, salvo en amar y en beber, excepto en ser perezosos. Lessing
Según Aristóteles el ocio es la condición necesaria para el nacimiento de la filosofía.
En su origen mitológico, el trabajo es una maldición divina. En el Génesis vemos como, a causa del pecado original, somos condenados a ganarnos el pan con el sudor de la frente. Esa maldición es perpetuada en la Historia. Arrojados del paraíso, donde todos los dones necesarios estaban al alcance de la mano, nos vemos condenados al trabajo.
Es preciso aprender a desarrollar un sabio empleo del tiempo libre.
El trabajo no es un fin en sí mismo, sino un medio para conseguir que el trabajo no sea necesario.
Vivimos una época dominada por una obsesión por el emprendimiento, por la producción incansable, por el consumo, por el rendimiento. Todo nuestro tiempo, cualquier actividad, tiene que ser aprovechable, debe servir para algo. En cambio, prefiero defender la utilidad de lo inútil, de aquellas actividades malditas que no sirven para nada pero que nos hacen realmente humanos.
Nos rodea un exceso de estímulos, de informaciones e impulsos. La percepción, de este modo, se fragmenta y se dispersa. Se hace así necesaria una reorganización del tiempo y el espacio, para sobrevivir al asedio sensorial. La urgencia cotidiana nos sitúa lejos de la calma y la atención necesaria para realizar correctamente cualquier actividad que merezca mínimamente la pena. Por eso busco la soledad, el silencio, la tranquilidad.
Esta agitación infructuosa del día a día está dominada por la necesidad de alcanzar resultados. Nos encontramos lejos de todo sosiego del que surgen las auténticas verdades. De ahí nace un cansancio infinito. Cansancio que no llena, que reduce el ser. En cambio, hay otro cansancio perezoso que consiste en una apertura hacia infinitas posibilidades.
Hay que recuperar la contemplación como forma de vida, el placer del aburrimiento, la concentración en la escucha, el recogimiento en uno mismo.
La pérdida de sentido degenera en hiperactividad.
Nunca está nadie más activo que cuando no hace nada, nunca está menos solo que cuando está consigo mismo. Catón
Hoy no hago nada. Me concentro en la técnica zen del no hacer. Hoy estoy en samadhi.
Salva F. Romero (un paseante pensativo)
Jimena de la Frontera, marzo de 2018